jueves, enero 26, 2012

De azares, sueños y las ficciones

Martes 24 de enero de 2012

CULTURA / ESPECTACULOS › ARTISTAS DE LA DECADA DEL 20 HASTA EL SIGLO XXI EN EL CASTAGNINO.

Hasta el 27 de mayo en la planta baja del museo de Oroño y Pellegrini, se puede ver esta inquietante muestra colectiva que revisa las manifestaciones regionales y locales de tendencias poco revisitadas de la producción artística.


Por Beatriz Vignoli

Obras en todas las disciplinas de casi 50 artistas, en un recorte temporal que abarca desde la década del '20 del siglo XX hasta comienzos del XXI, pueden verse desde el 16 de diciembre hasta el 27 de mayo en la planta baja del Museo Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini), institución que convocó a María Elena Lucero como curadora de una selección de la colección Castagnino Macro, sesgada por su mirada particular. El resultado es una inquietante muestra colectiva titulada De azares, sueños y ficciones, que revisa las manifestaciones regionales y locales de tendencias poco revisitadas de la producción artística moderna del siglo XX: aquellas que, aun manteniendo el rigor compositivo y formal de la época, se apartaron del racionalismo que prevalecía en el arte moderno y en cambio expresaron las subjetividades, incluidas las fantasías surgidas de reelaboraciones modernas de mitos y leyendas de la región. Todas las obras expuestas pertenecen a la colección Castagnino﷓Macro y en las cartelas se cuenta cómo y cuando ingresaron a la colección, ya sea a través de premios adquisición, programas de adquisición o donaciones de coleccionistas o de artistas. Vale la pena detenerse en estos datos, que permiten saber de los mecenas locales y de la prontitud con que incorporan las novedades artísticas al patrimonio de la ciudad.


Rubén Echagüe, La lección de anatomía. Grafito sobre papel.




María Elena Lucero es doctora en Humanidades y Artes, mención Bellas Artes, por la Universidad Nacional de Rosario, de cuya Escuela de Bellas Artes es directora desde el año pasado. Es además docente titular del Seminario de Arte Latinoamericano (UNR), dirige el Centro de Investigaciones y Estudios en Teoría Poscolonial y co dirige el Centro de Estudios Teórico﷓Críticos sobre Arte y Cultura en Latinoamérica (UNR). La selección de obras y la organización del trayecto visual en cuatro núcleos o secciones tuvo como colaboradoras, convocadas por Lucero dentro de la Escuela de Bellas Artes de la Facultad de Humanidades y Artes (UNR), a Virginia Gallizio y Elisabet Veliscek ("Atmósferas metafísicas"), Jaquelina Calamari y Laura Inés Catelli ("Ensoñaciones"), Nora Brossa y Mayra Gobbi ("Extrañeza y fascinación"), y Virginia Baronetti y María Florencia Llarrull ("Otras ficciones"). Lucero define estas cuatro categorías en su texto, que conviene leer antes de visitar la muestra y que puede consultarse en http://www.museocastagnino.org.ar/archivos/guion_lucero.pdf.
Surrealismo, pintura metafísica, expresionismos diversos configuran el lado B de los modernismos: los "contramodernismos", como escribe Hal Foster en Belleza Compulsiva. Y hoy, además, "regionalismo" ya no es mala palabra. Lucero lleva años investigando los modernismos latinoamericanos y en su marco teórico retoma el concepto de "itinerario" de la investigadora Diana Weschler, quien relee la historia del arte latinoamericano como mucho más que una copia de los modelos europeos. Territorios de diálogo, España, México, Argentina 1930﷓1945 (Entre los realismos y lo surreal) es un trabajo clave de Wexler en este contexto, que Lucero desarrolla con claridad; pero los textos de sus colaboradoras, si bien se hallan impresos a disposición del público, son de lectura mucho más difícil y oscura.
Una frase muy citada de Walter Benjamin en sus Tesis para una filosofía de la historia dice que la historia es una construcción cuyo punto de partida es el presente. La frase viene a la mente ante la primera sala, Atmósferas metafísicas, donde cuidadas composiciones de los pintores Emilio Centurión, Hugo Ottmann, Raquel Forner, Juan Berlengieri, Antonio Berni y Lino Enea Spilimbergo y del grabador Juan Batlle Planas, realizadas entre 1934 y 1959, se codean con una pintura de Jorge Di Ciervo de 1994. La lectura curatorial "metafísica" de la presencia recurrente de cabezas de yeso en muchas de estas obras está quizá sesgada por la cultura visual contemporánea, producto de una industria cultural que reprodujo las obras de Carrá y De Chirico a través de libros ilustrados; no hay forma de saber si Forner, Berni o Spilimbergo (antecedentes del surrealismo en Argentina, según investiga Guillermo Fantoni en un trabajo publicado en 1993) no estaban haciendo un mero "ejercicio plástico". Los críticos de aquella época tenían lecturas muy diferentes, formalistas, de estas obras.
"¿Dialogan realmente las épocas? ¿O es de ciencia ficción imaginarse puentes entre un suburbio al óleo de Leónidas Gambartes de 1944 y una foto desenfocada del Pont Neuf por Dino Bruzzone fechada en 1997" ¿Hay una verdadera conexión entre El calvario verde (1955) de Aquiles Badi y el Cementerio de ciervos (2008) de Arturo Aguiar" Sí las hay entre las naturalezas muertas de dos pintores de la escuela de La Boca, Eugenio Daneri y Fortunato Lacámera; también comparten una estructura de sentimiento neoexpresionista en común las pinturas gestuales de comienzos de los 80 por Juan Del Prete y por Leopoldo Presas, y se nota tras el barniz amarillento el parentesco entre dos obras matéricas informalistas surrealizantes de los años 60: una de Nicolás García Uriburu (antes de que pintara las aguas de verde) y otra de Antonio Seguí (antes de sus famosos hombrecitos de sombrero). De Guillermo Roux hay sorprendentes dibujos de los dos períodos; los más tempranos recuerdan a los collages de Max Ernst, y el más tardío dialogaría bien con ciertas pinturas de Juan Pablo Renzi.
Ernesto Deira y Miguel Dávila, de la Nueva Figuración, no parecen tener mucho que decirse con Miguel Harte, del Rojas, o con contemporáneos como Iván Calmet, Marula Di Como, Flavia Da Rin y la siempre revulsiva rosarina Nicola Costantino. Sí se hubieran entendido mejor con la abstracción antropomórfica de Aldo Paparella, más que con una Mildred Burton coyuntural cosecha 2001 o con una maja de Ramón Teves. Silvia Rivas, Juan Mathé, Fred Sapey﷓Triomphe, Judi Werthein y Leandro Erlich parecen perdidos en una fiesta ajena y el constructivismo lírico de Adolfo Nigro tiene solo el color en común (celestes grisáceos, que sobreabundan en la muestra lo mismo que los azules y los lilas) con una pintura temprana de Eduardo Médici.
Un par de rescates importantes tratan de obras de la escena local. Emilio Torti, en cuyo taller María Elena Lucero completó su formación como pintora a fines de los años 80, se luce con un hermoso monstruo de esa época pintado en Rosario y retoma el mismo tema en una obra digital de su período porteño, ya en este siglo. De Fabián Marcaccio y de Daniel García se ven sendos dibujos premiados (muy) de los años 80. Hay collages y dibujos de Rubén Echagüe que honran el imaginario del dandismo o aluden al último Oscar Herrero Miranda, que está representado con una obra de la época del Grupo Litoral. De Juan Grela, que también lo integró, se ve una obra tardía. Téngase en cuenta que se ha elegido de entre las incorporaciones a la colección municipal, que parecen haber seguido un camino bastante azaroso.
El español Jesús Marcos, que dirigió la galería Praxis entre 1977 y 1980, se luce con una pintura de ese período que hoy se deja leer como alegoría visual del genocidio, aunque difícilmente haya sido esa la intención; el efectismo de su vecino Alejandro Gómez Tolosa no hace sino realzar el raro acierto. Pompeyo Audivert y José Planas Casas merecían una sala de grabado junto a Batlle Planas; pero brillan igual junto a las páginas intervenidas por Alfredo Londaibere (pese a la falta de "química") las obras pioneras realizadas en Argentina por las fotógrafas alemanas Grete Stern y Annemarie Heinrich, de reciente adquisición gracias al programa Matching Funds. Además de ellas dos, se roba la muestra el video Drum solo (2000) de Liliana Porter.